lunes, 26 de septiembre de 2011

Un poco màs!


Nuevamente me encuentro con el demonio de mi vida, ese puto demonio que se ríe de mí a carcajadas y me dice suavecito con sarcasmo: Pendeja!
Yo me enamoré. Como nunca,  como siempre quise hacerlo, me enamoré como pendeja, pero feliz… puta madre como fui feliz!
Siempre te dije que mientras mantuvieras tu mano junto con mi mano, yo podía gobernar al mundo. Siempre te dije que no cambiaría por nada del mundo los fines de semana a tu lado. Las tardes durmiendo en tu pecho, los desayunos, las comidas, las cenas, los paseos, las risas, las bromas, los enojos, los abrazos, los besos, los soles, las lunas, los universos…  No, no puedo cambiar todo eso ni por todo el oro del mundo.  
Y como voy a cambiar todo eso, si el cielo conocí, ahí viví y ahí deseo morir.  Te fijaste de lo que dije: morir.  Ahí deseo morir. Morir, porque no sé si hay otra vida después de esto, porque no sé si pueda volver a ir a las grutas, cabañas, ruinas, mercados, taquerías, restaurantes, al paraíso, al boquerón, al cielo, al mar, a las presas, al supermercado, a los partidos de fut, a los parques, cafés, y todos los miles de lugares que a tu lado conocí.
Ahora sé que el amor no existe, lo que existe es un sentimiento que tú vas creando, que vas haciendo que nazca, que vas dándole forma, que lo alimentas y cuidas. El amor es como un jarro de barro, la forma la hacen tus hechos y acciones, y el barro son todas esas cosas que tú me diste y yo te di.
Pero se quiere romper nuestro jarrón, quieres soltar mi mano, porque has descubierto que lo tuyo lo tuyo no es hacer jarrones.
Yo ya no puedo gobernar el mundo, ya no puedo ni cortarte los huevos. Solo aprieto tu mano para que me acompañes un poco más, mientras espero mi nave del olvido. Solo te pido un poco más —como dijo Álvaro Carrillo— a lo mejor nos entendemos luego, si voy a sufrir por tu amor, tengo derecho a hacerte un ruego: Espera un poco más!
Puta madre, como duele! Perdón por las palabras léperas, pero si duele!
Y por nuestro amor —porque es nuestro— aguántate un ratito más. Yo que más hubiera dado, todas las estrellas, todos los soles, todos los planetas, para que siguiéramos amándonos en las lunas; yo ya iba a proponerte “vámonos donde nadie nos juzgue, donde nadie nos diga que hacemos mal” pero no sabía que quieres quedarte en éste espacio: en tu espacio.

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